"Recomendar una monarquía por la prosperidad que confiere a las provincias, me parece igual a recomendar que un hombre tenga libertad para tratar a sus hijos como esclavos, siempre que trate a sus esclavos con una razonable consideración"

Por más intentos que hago por entrar en la cultura, no consigo que la cultura entre en mí. Esto, que es un fastidio en cuestiones sociales (reuniones, cenas, partidas de Trivial Pursuit, etc.) en las que debo permanecer lo más callada posible con la esperanza de ser tomada por una observadora inteligente, y a riesgo de parecer tonta, que siempre es mejor que abrir la boca y despejar las dudas, es una verdadera desgracia a nivel personal. Sin embargo, en ocasiones, como es la lectura de un buen libro de historia, este defecto es para mí una ventaja. Lo es porque, a diferencia de cualquier otra persona que haya invertido la cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero que he derrochado yo en estudiar y leer, yo no sé nunca quién venció en qué batalla, quién mató a quién, cómo murió cada cual, o quién se casó con quién ni por qué, y por tanto disfruto del misterio hasta el final en todas las novelas de historia como si fueran de suspense.

Con ésta he disfrutado especialmente. Si alguien me la describiera someramente: relato biográfico (supuestamente autobiográfico porque está contado en primera persona), con mucho texto y descripciones, sin apenas diálogos, dispuestos a lo largo de 508 páginas de letra pequeña y apretada el primer tomo y 558 el segundo, decididamente no habría resuelto leerlo. Por suerte, la había leído hace muchos años, cuando más que leer devoraba y la lectura me aprovechaba aún menos que ahora, y sabía que me había dejado un buen regusto, por lo que decidí releerla.

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